La prohibición de la ikurriña y equipararla con el ISIS en el Festiva Eurovisión ha desatado una ferviente polémica a nivel social, político e institucional; el propio Lehendakari, incluso el Presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, a través de su cuenta de Twitter, ha solicitado al embajador de Suecia y a la Radio Televisión Española que tomen cartas en el asunto.
Este hecho no es una cuestión baladí ni anecdótica; tanto la cultura como el deporte son pilares estratégicos para el desarrollo de la “marca país”; son ejes que los gobiernos, instituciones públicas y poderes económicos utilizan para influir en la opinión pública internacional. Es el denominado “soft power” o poder blando (no político ni económico).
En este caso, a pesar de que haya precedentes con la bandera de Kosovo o la propia estelada, la propia polémica ha provocado tal revuelo que ya ha conseguido asociar, o, al menos, poner en entredicho, la legalidad de la Ikurriña; un símbolo, no olvidemos, constitucional, en tanto en cuánto se recoge en el Estatuto de Gernika (Ley Orgánica ). (No ocurre lo mismo con la Estelada, que no es “legal”)
Independientemente de que posteriormente haya rectificación por parte de la organización, esta noticia daña la reputación e imagen pública de la Comunidad Autónoma Vasca de cara a su desarrollo exterior. Sería deseable, que tanto las instituciones españolas como la propia organización de Eurovisión hicieran unas declaraciones rotundas sobre su error y pidieran disculpas por el daño causado.
No cabe duda de que Eurovisión, en concreto, es un espectáculo que de alguna forma está “controlado” por los poderes públicos que aprovechan la fórmula del entretenimiento para sus estrategias políticas.
El hecho de utilizar el soft power para la estrategia de “marca país” es lícito, incluso positivo siempre y cuándo se haga de forma transparente y en positivo, pero nunca para dañar la reputación e imagen de un territorio, ciudad o como en este caso, una Comunidad.
Itziar García